"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

Tarde sin cuento

Todavía no entiende cómo Sivé se las apaña para encontrar siempre lo que busca entre tantísimas esferas, y como hoy ella merodea entre los estantes sin acabar de decidirse, se atreve a preguntar.

Sivé, que es muy pero que muy lista, utiliza la táctica norteña de siempre y responde con otra pregunta:

- ¿De qué color es el cielo hoy, V?

Vanilla mira por la ventana y distingue un malva precioso entre las nubes purpúreas. Piensa un poco, porque es un color difícil de describir.

- Pues... Se parece a la historia del camaleón que comía caramelos de ciruela, pero es algo más claro. No tanto como la de la señora que perdió el paraguas en un campo de violetas, pero...

A Sivé le basta con eso. Se desliza detrás de una estantería, y después de unos segundos sale con algo entre los dedos: es una bolita de cristal, del mismo color que ha descrito Vanilla. Cierra un ojo y se la acerca al otro para mirar en su interior.

Ahora es cuando cuenta la historia en voz alta. Pero no, hoy no. Se la guarda en el bolsillo de su vestido gris y se limita a murmurar:

- Ésta historia no me gusta.

Plaga de mariposas tigre en noviembre

Ojalá hubieran estado conmigo. Estoy segura de que a Sivé le habría encantado, y a Vanilla le hubiera encantado verla así. Pero casualidades, fatídicas casualidades de la vida… Esa mañana paseaba sola, cabizbaja y meditabunda. Hasta que llegué allí y levanté el mentón para ver bien los escalones. No sería la primera vez que me la pegara ahí mismo, así que mejor llevar cuidado. Y toma ya, otra casualidad, pero una de las bonitas: una mariposa tigre, planeando despacio, luciéndose delante de mis heladas narices. Allá que voy yo, fascinada como una niña pequeña, a seguirla con la mirada, y ¿qué me encuentro? Pues con otra, y con otra, y ¡hala, otra más! Diez, qué digo diez, cien, mil mariposas tigre revoloteando entre las flores. Juro que nunca había visto algo así, ni siquiera en una de esas exposiciones de animalitos pinchados con chinchetas en urnas de cristal (sí, de esos, que aunque papá asegurase una y otra vez que estaban dormidos y que no les dolía, estaban muertos, remuertos, secos y enlacados, pobrecillos).

Cámara en mano, sonrisa en los labios y chispitas en los ojos, media hora atrapándolas, pero sólo en imágenes, ¿eh? La gente me miraba, y luego dejaba de mirarme a secas para mirarme raro.

Pero, ¿qué hará esta tipa aquí en medio, a las 12 del mediodía, haciendo fotos a unas florejas silvestres?

Ñañaña.

Raros hay en todo el mundo.

Pues hoy he aprendido que ser raro no es malo, porque me han dicho que ser normal es “no salirse demasiado del modelo preexistente”. Pero como a mí el modelo me parece absurdo, prefiero seguir en mi mundo de rarezas.

Eh, Sivé dice que vayamos a fotografiar el vuelo de las mariposas, y a Vanilla, aunque son las 23:37, no le parece mala idea. ¿Te quieres venir?

Viento

Jolín, qué viento, y de repente. Al principio ha sido sólo un suspiro, y a Sivé se le ha levantado un poquito la falda. Vanilla, que la mira de reojo para quedarse en secreto esas sombras de sus muslos, da las gracias y le guiña un ojo a la brisa. Luego piensa que tal vez se ha enfadado, porque sopla fuerte fuerte, sin haber avisado. A lo mejor tiene envidia, como el mar en aquella canción. El caso es que antes le daba las gracias y ahora le suplica que pare, porque le da miedo que Sivé se vuele y acabe lejos, aún más lejos de lo que la siente.



Naturaleza muerta, MECANO