"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

El turno de la Lluvia

Anoche vino la Lluvia a avisar de que hoy saldría ella a jugar, que ya era hora. Que le tocaba. Sivé estaba durmiendo y Vanilla le abrió la puerta. Tomaron té sentados en el suelo y hablaron de tonterías. Pero claro, la Lluvia venía a lo que venía y no se dejó engañar por las sonrisas de V. Antes de irse, le dio un beso y le dejó toda la cara mojada, pero se lo repitió: hoy las calles serían suyas. V sabe que a Sivé no le va a hacer mucha gracia, pero también sabe que no es justo que ellos se pasen los días jugando y la Lluvia no pueda salir ni un ratito. Así que prepara un vaso de leche bien grande y se lo lleva a la cama. Sivé se ha despertado, porque la Lluvia está haciendo mucho ruido.

- Vino ayer a decírtelo, para que no te enfadaras. Estabas dormida.

Sivé sigue mirando a la ventana, siguiendo las gotas con los labios apretados. Le fastidia. Entonces ve la leche. Se encoge de hombros y se resigna:

- No pasa nada. Podemos jugar aquí.

Preguntas

Las preguntas de Sivé salen de su estómago. ¿Las vomita? No. Pero casi.

- ¿Dónde? ¿Cuándo?

- ¿Dónde y cuándo qué?

- Da igual, V. Da igual. Déjalo.

Vanilla no pide explicaciones, porque las preguntas de Sivé salen de su estómago, y a esas preguntas no puedes exigirles una razón de ser. Simplemente son. Como el vómito. O como el amor.

De viaje


- Vámonos de viaje, V.

Él está dibujando en la arena. Utiliza polvos de colores para pintarlo. Levanta la barbilla y las cejas, aún agachado. Su dibujo es un tren.

-¿Dónde te gustaría ir?

Sonrisa de Sivé, amplia, brillante, reveladora. Vanilla saca la ceniza para realzar las sombras. Acaba el tren y da un par de pasos atrás. Calcula algo, y luego esparce todo el saco a unos dos metros. Vaya escampada, piensa Sivé, pero no dice nada, porque V tiene cara de concentrado, así que le deja hacer. Dos minutos después, Sivé se asoma por encima de su hombro y lo ve: las vías del tren llevan un lugar oscuro, lleno de esferas de colores y puntitos luminosos. Vanilla la mira otra vez, y la sonrisa de Sivé se le sale de la cara de tan grande.

- Próxima parada, el universo.



Tarde sin cuento

Todavía no entiende cómo Sivé se las apaña para encontrar siempre lo que busca entre tantísimas esferas, y como hoy ella merodea entre los estantes sin acabar de decidirse, se atreve a preguntar.

Sivé, que es muy pero que muy lista, utiliza la táctica norteña de siempre y responde con otra pregunta:

- ¿De qué color es el cielo hoy, V?

Vanilla mira por la ventana y distingue un malva precioso entre las nubes purpúreas. Piensa un poco, porque es un color difícil de describir.

- Pues... Se parece a la historia del camaleón que comía caramelos de ciruela, pero es algo más claro. No tanto como la de la señora que perdió el paraguas en un campo de violetas, pero...

A Sivé le basta con eso. Se desliza detrás de una estantería, y después de unos segundos sale con algo entre los dedos: es una bolita de cristal, del mismo color que ha descrito Vanilla. Cierra un ojo y se la acerca al otro para mirar en su interior.

Ahora es cuando cuenta la historia en voz alta. Pero no, hoy no. Se la guarda en el bolsillo de su vestido gris y se limita a murmurar:

- Ésta historia no me gusta.

Plaga de mariposas tigre en noviembre

Ojalá hubieran estado conmigo. Estoy segura de que a Sivé le habría encantado, y a Vanilla le hubiera encantado verla así. Pero casualidades, fatídicas casualidades de la vida… Esa mañana paseaba sola, cabizbaja y meditabunda. Hasta que llegué allí y levanté el mentón para ver bien los escalones. No sería la primera vez que me la pegara ahí mismo, así que mejor llevar cuidado. Y toma ya, otra casualidad, pero una de las bonitas: una mariposa tigre, planeando despacio, luciéndose delante de mis heladas narices. Allá que voy yo, fascinada como una niña pequeña, a seguirla con la mirada, y ¿qué me encuentro? Pues con otra, y con otra, y ¡hala, otra más! Diez, qué digo diez, cien, mil mariposas tigre revoloteando entre las flores. Juro que nunca había visto algo así, ni siquiera en una de esas exposiciones de animalitos pinchados con chinchetas en urnas de cristal (sí, de esos, que aunque papá asegurase una y otra vez que estaban dormidos y que no les dolía, estaban muertos, remuertos, secos y enlacados, pobrecillos).

Cámara en mano, sonrisa en los labios y chispitas en los ojos, media hora atrapándolas, pero sólo en imágenes, ¿eh? La gente me miraba, y luego dejaba de mirarme a secas para mirarme raro.

Pero, ¿qué hará esta tipa aquí en medio, a las 12 del mediodía, haciendo fotos a unas florejas silvestres?

Ñañaña.

Raros hay en todo el mundo.

Pues hoy he aprendido que ser raro no es malo, porque me han dicho que ser normal es “no salirse demasiado del modelo preexistente”. Pero como a mí el modelo me parece absurdo, prefiero seguir en mi mundo de rarezas.

Eh, Sivé dice que vayamos a fotografiar el vuelo de las mariposas, y a Vanilla, aunque son las 23:37, no le parece mala idea. ¿Te quieres venir?

Viento

Jolín, qué viento, y de repente. Al principio ha sido sólo un suspiro, y a Sivé se le ha levantado un poquito la falda. Vanilla, que la mira de reojo para quedarse en secreto esas sombras de sus muslos, da las gracias y le guiña un ojo a la brisa. Luego piensa que tal vez se ha enfadado, porque sopla fuerte fuerte, sin haber avisado. A lo mejor tiene envidia, como el mar en aquella canción. El caso es que antes le daba las gracias y ahora le suplica que pare, porque le da miedo que Sivé se vuele y acabe lejos, aún más lejos de lo que la siente.



Naturaleza muerta, MECANO

Pero luego se me pasa

- Estoy segura de que aunque sólo sea a veces, preferirías que yo fuera como el resto de la gente.

Vanilla no sabe mentir. Esto puede ser una virtud. También un defecto, como por ejemplo ahora. Ella, la maldita Sivé que le conoce mejor que él mismo, lo sabe y lo aprovecha. Esta vez no dará rodeos, porque son inútiles y cansinos, y no tiene muchas ganas. Además, siempre que alarga las respuestas comprometidas se pone colorado, y luego tarda un montón en reponerse. Así que atraviesa el silencio de una carrera, rápido y tajante:

- Sí.

[...]

- Pero luego se me pasa.

Sivé casi le regala una de esas mitades de sonrisa que él cree que separa para que no se le gasten. Casi. Pero no lo hace, se guarda esa mitad por si acaso le hace falta. Ladea un poco la cabeza, eso sí, pero no de sorpresa, porque esperaba una respuesta afirmativa. A lo mejor lo que le pasa es que no ha entendido del todo lo que ha dicho Vanilla después del monosílabo rotundo. O a lo mejor sí, porque no pregunta nada más.

María

Ahí está. Desnuda, de pie en el centro de la habitación, con los ojos brillantes y las ganas en los labios. Es bonita, sin duda. Quizás no la que más, pero hay algo en ella que la hace sobresalir entre aquellas otras chicas. Ella le mira anhelante, él niega despacio. Ella, perpleja, entreabre la boca para decir algo, pero no sabe qué y vuelve a cerrarla. Ha dejado de sentirse cómoda despojada de su ropa, y ahora encoge los brazos para cubrirse los pechos, pequeños y redondos, que ni siquiera han acabado de desarrollarse. Él se enciende un cigarro (aunque después no lo fumará), saca algo del bolsillo y se lo tiende. La inseguridad puede reflejarse hasta en el maquillaje de sus pestañas, pero se acerca, recoge el sobre y se viste. “Gracias” es lo único que se oye en todo ese tiempo.


Se cierra la puerta. A un lado, un policía divorciado con 70 euros menos en el bolsillo. Al otro, una puta menor de edad que hoy ha cobrado sin trabajar.

Pegasus

- Hazme volar, Vanilla.

Jo, es que le dice eso y se queda tan tranquila. ¡Como si fuera fácil! Sivé es una caprichosa, y Vanilla siempre hace lo posible para darle lo que ella pide, pero hay veces que se pasa un poquito. Le gustaría hacerla volar de ese modo especial, y se pone un poco triste porque sabe que no puede. Pero V se acuerda de un día en el que ella le dijo que no había casi casi nada imposible, y él la creyó. Así que piensa un poco...

¡Ajá!

Vanilla corre y cuando llegan está sin aliento. Sivé va detrás, con los ojos brillantes. Brillan aún más al descubrir la sorpresa. Un tiovivo, uno de los de verdad. Y ahí está, es un caballo alado, blanco, precioso. Él la mira esperando su aprobación, y ella aprueba, claro que aprueba, con una gran sonrisa y una carcajada de niña pequeña.

Luego pedirá algodón de azúcar y tendrá que hacerlo él mismo, pero no creo que le importe.

Mercedes Sosa




La Negra Sosa se va y todos nos quedamos un poco huérfanos.



Un abrazo desde aquí, cantora.

La silla





Ahora el Sol acaricia un recuerdo en esa silla vacía, donde solías sentarte a escuchar.

Vanilla sueña

Duermen.

Bueno, los dos no, Vanilla está medio despierto. Pero sólo medio. Se da la vuelta despacito y estira el brazo un poco más. Y entonces lo roza. No abre los ojos, no porque no quiera. Es que, como todo el mundo sabe, si se está medio dormido, las pestañas se abrazan y no hay forma. Pasa los dedos con cuidado, y lo que toca está suave y caliente. No sabe qué es, pero sí que le resulta agradable y que le inspira un abrazo.

Y allá va, pobre Vanilla, todo decidido a darlo, y se encuentra con el vacío. Entonces se despierta del todo, porque la ausencia le asusta, y abre los ojos mucho mucho. Sivé, que estaba a su lado, le mira, y cuando sus ojos se encuentran, hay un poco de dolor en los de ella, y un poco de miedo en los de los dos.

- V, ¿qué haces?

- Me ha parecido tocar algo...

- Estabas soñando. Sólo eso.

La urgencia de sus palabras y de sus párpados al volver a sellarse zanja por completo el breve diálogo. Vanilla no contesta, pero algo le dice que Sivé no dormía, y que él no soñaba.

René Magritte

¿Cómo describirte, pequeña?

¿Cómo es Vanilla?

Vanilla no es ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco. Ni siquiera es rubio o moreno. Vanilla no tiene los ojos verdes, ni negros, ni del color del café. Tampoco son azules. No es un niño, pero tampoco se considera a sí mismo un hombre, porque su imagen de hombre es la de un tipo con bigote, medio calvo, vestido con traje y corbata y fumando un puro detrás de una mesa de despacho mientras lee el periódico. Y él ni es calvo, ni tiene bigote, ni ha vestido un traje en su vida. No fuma y no es que no tenga mesa para leer el periódico, es que ni siquiera lee el periódico.

Vanilla tiene las manos bonitas y los ojos tristes. Sus orejas son pequeñas pero lo escuchan todo, desde la risa de los charcos que Sivé se empeña en pisar hasta las canciones que piensan las hormigas que pasean por su cocina, y sus labios... Sus labios tienen más besos guardados que historias hay en las esferas de colores de Sivé.

¿Y Sivé? ¿Cómo es Sivé?

La verdad es que no lo sé muy bien. Le he preguntado a Vanilla, y me ha contestado lenta y sinceramente:

- Eso mismo me gustaría saber a mí.

No para de llover

Hoy llueve tanto tanto que por mucho que se empeñe, Vanilla no la va a dejar salir a jugar. Si la miras bien casi puedes ver a una niña pequeña enfurruñada que escupe al cristal una mirada de enfado que el vidrio no merece. Al fin y al cabo, ya sabía que habría tormenta hoy, como ayer, como anteayer, puede que como mañana. Tiene botas de agua, pero Vanilla no consentiría una excursión con este tiempo ni con traje de buzo. Y es que a veces puede ser un poco sobreprotector. Total, qué más dará, si Sivé no va a enfermar...

Pero por si acaso.

Sivé mira la lluvia que juega sola en la calle, Vanilla mira a Sivé que juega con la lluvia desde casa.

Y yo, yo miro a Vanilla, que piensa que es un poco su amigo, un poco su amante y quizás, un poco su padre.

Siempre

- Sabes que no creo en el concepto "siempre". Nada es eterno, Sivé. Nada.

- ¿Y si te dijera que haría cualquier cosa por estar contigo siempre?

Vanilla se da la vuelta y la mira. Ha abierto mucho los ojos. Es que le ha pillado de sorpresa, como normalmente hace. Pero esta vez el corazón le ha dado un vuelco, y luego ha bailado un rock and roll agarrado a su garganta. Su mirada vuelve a amenazar con lluvia.

- Te diría que yo haría cualquier cosa por creer en ese "siempre".

Rhapsody "in Grey"

Qué payaso es a veces.

Vanilla se mueve despacio, muy muy despacio. Da pasos gigantes a cámara lenta, pisando sólo con los dedos de los pies. Lo hace con cuidado, pero sin demasiada delicadeza. La mira y le guiña un ojo, y su párpado desciende tan lento que parece que vaya a detener el tiempo. Sivé ya sabe lo que viene ahora. Rhapsody in blue en estado puro. La velocidad de sus movimientos aumenta exponencialmente. Se vuelve tan y tan grande que pronto él es el cielo y el suelo y todo lo que les rodea.

Se coloca delante de ella y le hace una reverencia, porque aunque sabe que Sivé no baila, también sabe que no podrá resistirse por mucho más tiempo. Así que ahí están, ¿puedes verles? Él, no se sabe muy bien cómo, es ahora fuerte y vivo. Ella, con su falda gris que parece humo en el aire, dibuja tormentas a su alrededor. Se complementan hasta semejar un solo cuerpo, a pesar de que no se han rozado siquiera.

Vanilla se cansa después de un rato, y se hace a un lado para recuperar el aliento. Sólo entonces la ve de verdad, y entiende que la música sale de ella, sin más. Ella es la verdadera esencia del blues. Sivé, absorta, da vueltas y más vueltas con los ojos cerrados, y no se da cuenta de que la observa. Hasta que la música acaba.

- ¿Qué haces, V? ¿Qué miras?

Él se olvida un segundo de las preguntas, y del recuerdo que le susurra al oído que ese "blue" no es de azul sino de blues.

- Creo que debería llamarse Rhapsody in Grey.





Rhapsody in Blue, George Gershwin.
The New York Philharmonic Orchestra





Vanilla no huele a vainilla



Puede parecer una estupidez, pero para Sivé no lo es. Cree que él debería oler a helado, a natillas, a crema dulce, a batido con nata, a bizcocho de mamá, a cumpleaños. Y no, Vanilla no huele a nada de eso, ni siquiera a incienso o a jabón, o a postales con imágenes de Mucha.

A. Mucha

No. Vanilla tiene un aroma propio, huele a abrazos y sonrisas, a tardes de historias de suelo frío. También a lágrimas de vez en cuando y a echar de menos nosabequé y a finales tristes y a silencios largos. Pero eso no se lo tiene en cuenta.

Chaparrón

Jo, cómo llueve.

Mucho.

Muchísimo.

Y sin avisar, no como cuando Sivé saca a Vanilla a pasear y el cielo juega a cambiar de color.

Y justo, justo en el momento en el que la nube negra y repentina ha decidido escupir su cubo de agua, yo estaba dejando el techo atrás. El primer paso bajo el cielo descubierto y un chaparrón.

Y menos mal.

Porque me habría molestado perdérmelo.

...

Ahora huelo a tierra mojada.

Y a otoño.

Y no me seco, porque me gusta oler a noviembre.

Aunque aún le falte un poquito para venir a verme.

Naranja y Chocolate



Huele a galletas. A galletas de esas de naranja y chocolate. Galletas de esas blanditas, que van rellenas de mermelada y bañadas en chocolate con leche. Huele a Sivé, que siempre come de esas galletas.


- Sivé, ¿dónde te has metido?


Ella no responde, y Vanilla supone que toca jugar al escondite y nadie le ha avisado. Arruga la nariz para seguir el rastro de un aroma que es al mismo tiempo dulce y ácido. Pero qué rara eres, Sivé.

Y al final la encuentra, debajo de la cama. En realidad no la ve a ella, sino el paquete de galletas y unas pocas migajas que asoman por el borde de la colcha. Está vacío. El paquete, digo. Un maxipaquete, a decir verdad. Y no queda ni una sola.

- Pero Sivé, pequeña, ¿qué has hecho?
Se la oye respirar fuerte, como si hubiera estado sollozando. No sale, pero V puede leer las lágrimas secas en su voz.

- Como galletas para que puedas abrazarme.






Ilusión nos premia

1) Ilusión (http://palabraseilusiones.blogspot.com) nos ha regalado un premio, y Sivé y Vanilla están tan contentos que hoy las esferas ruedan por el pasillo y las historias se mezclan y hacen el amor mientras ellos se ríen.

2) Las reglas del premio son las siguientes:
1. Enlace a la persona que te lo entregó
2. Poner las reglas en el blog
3. Entregarlo a 5 personas
4. Informarles con un comentario en sus blogs
5. Compartir 5 cosas que te gusta hacer


3) Premios:

1. A mi Chica Caramelo preferida, (http://anunexpectedluckystrike.blogspot.com), porque me lee la mente y a veces da un poquito de miedo, pero siempre me gusta.

2. A Dara Scully (http://daracatscully.blogspot.com/), porque nadie maúlla como ella, eso seguro.

3. A Ela (http://abstractha.blogspot.com), por la brevedad sincera y aplastantemente real que desprenden sus palabras.

4. A Gala (http://silencioquesuena.blogspot.com/), por mantenernos informados de novedades y curiosidades musicales, que falta nos hace.

5. Y aunque a lo mejor mis niños y yo estemos jugando mal, el 5º es para Ilusión, y no por peloteo, sino porque de verdad nos gusta mucho su blog.(http://palabraseilusiones.blogspot.com)


5) Cinco cosas que me gusta hacer:

*Escribir, leer y escuchar historias. Bueno, verlas también, en realidad.
*Escuchar música o interpretarla.
*Fotografiar momentos aparentemente insignificantes.
*Mirar a la gente que viaja en transporte público.
*Ver cómo la lluvia me empapa y me resfría.

Las nubes lloran y los ojos de Vanilla llueven



Sivé descansa, con los ojos cerrados, sobre la hierba mojada. V está sentado a su izquierda, y ella apoya la cabeza sobre sus piernas. No es que esté muy cómoda, pero le gusta sentirle cerca.


El cielo se nubla y el césped se vuelve gris. Así, de repente. Sivé se incorpora y dice lo único que no hace falta decir:

- Se va a poner a llover otra vez, V. Vámonos.

Vanilla no se mueve, ni siquiera la mira. Sus ojos están húmedos y grises como el paisaje. Le acaricia el pelo y le pide algo que Sivé no se esperaba.


- Cuéntame una historia.


Ella sabe que no tardará en llover, y que si se moja su piel se mojará también su corazón. Y hoy no tiene fuerzas para verle llorar. Otra vez no. Así que se pone de pie.


- No he traído ninguna. Volvamos a casa y podrás escoger la que quieras.


- No vas a dejar que toque las esferas...

- Hoy sí, te lo prometo -le tiende la mano para que se levante, pero él no la toma. Sivé insiste -. Prometo que podrás rebuscar entre las esferas hasta encontrar la historia que más te guste. Y luego te la contaré. Pero vámonos, por favor.


A veces Vanilla es un poco estúpido

- ¿Qué harías si me muriera?

Aunque le ha cogido desprevenido, Vanilla reacciona deprisa.

- Últimamente haces preguntas incómodas, Sivé.

- Últimamente eludes las respuestas a mis preguntas, V.

No lo dice en broma. Quiere una respuesta y la quiere ya.

Sivé nunca exige nada. Porque no le hace falta.

- Si murieras, moriría contigo.

Sivé no sonríe, ni se alegra. Tampoco se enfada ni entristece. Parece, simplemente, decepcionada.

- Mira que eres estúpido.

Una carta para tí

Tú, que has medido la tripa de niños desnutridos mientras apartas los guisantes a un lado del plato y has acertado a decir “fíjate”, señalando la pantalla con el tenedor.

Tú, que te has escandalizado ante la noticia de una lapidación y dos segundos después has abofeteado a tu mujer.

Tú, que ves las noticias con la misma indiferencia que los anuncios televisivos.

Tú, que piensas que es injusto que las adopciones en los países subdesarrollados sean tan complicadas, y que al mismo tiempo proclames que las parejas homosexuales no tienen derecho a formar una familia.

Tú, que te dejas manipular porque es más fácil que muevan los hilos por ti.

Tú, que te quejas del frío, del calor, del mal vino o de la cantidad del cloro de tu piscina.

Tú, que admiras las obras de beneficencia de una “Iglesia solidaria”, que invierte más capital en su magnificación del que sería necesario para barrer el hambre.

Tú, que dices vivir en la parte desarrollada del mundo, y te tapas la nariz al pasar junto al hombre que duerme en el segundo banco del parque.

Tú, que te encoges de hombros, murmuras “¿qué se le va a hacer?” con media sonrisa, y devuelves la vista a tu vida de urbanita, porque prefieres no involucrarte en estas ni en tantas otras cosas…

¿Realmente te has detenido a pensarlo? ¿De verdad sientes ese “qué se le va a hacer”? La comodidad de tu primer mundo te invita a relajarte, echar una siesta y dejar secar al sol las lágrimas de cocodrilo que tal vez, y sólo tal vez, te ha provocado esto.

“El mundo es injusto”, dices. Y sí, te quedas más ancho que largo. Has pronunciado la sentencia del día, y estás orgulloso de ella. “Todo es tan difícil”, “haría falta tanto dinero”, “eso no tiene solución”.

La resignación es más fácil, las excusas más económicas y la ignorancia más útil.

Así que tú, que disfrutas de tus series favoritas mientras cenas, que conduces un coche que consume lo que un país tercermundista te da, y además lo contamina. Tú, que discutes por banalidades con el jefe, con la pareja, con los hijos y con el panadero. Tú, que duermes por las noches bajo un techo que no aprecias por medir menos de 90 metros cuadrados. Tú, que prefieres no saber qué es una utopía para no tener que construir una… Relájate y disfruta de tu estancia en el Primer Mundo, juega tu rol en la sociedad desarrollada y sonríe al pensar que podrías haber nacido en otras circunstancias.

Y los demás, que se apañen. Haber elegido muerte.


O Fortuna, Carmina Burana. Carl Orff

Lascia ch'io pianga

- Deja de llorar, Vanilla. Basta.

Pero no, Vanilla no puede. Las lágrimas le pesan y prefiere dejarlas correr mejillas abajo, rápidas, calientes.

Sivé no insiste. Porque tal vez él llore porque no puede respirar, como le ocurre a ella a veces. Así que le da un beso en la mejilla y se marcha.

¿Te parece que no hace bien en irse? Quizás nunca has tenido la necesidad de llorar, aún sin motivos. Quizás no te han pesado las lágrimas acumuladas en los ojos, ni el aire ardiendo en los pulmones. Quizás nunca te hayas sentido tan triste como para reaccionar así. O tan feliz.

Lascia ch'io pianga, de la ópera Rinaldo, por Maria Callas.

El aire que pesa en los pulmones vacíos

A Sivé a veces le cuesta respirar. Será que el aire se vuelve pesado con el calor, o que Vanilla la abraza demasiado fuerte. Será que las sábanas se enredan alrededor de su cuerpo después de hacer el amor; quizás que quede poco para que todo se acabe, y el vacío que vendrá le oprime el pecho.


Entonces se agita, se revuelve y abre mucho los ojos. La angustia se ve reflejada en sus ojos de espejo. Hiperventila y se marea. Vanilla, que siempre está pendiente, la coge de las manos y atrapa su mirada. Tranquila, le dice, sin mover los labios.


Y Sivé vuelve a respirar con normalidad.

Hasta dónde

- ¿Hasta dónde se puede querer a una persona, Vanilla?

- ¿Cómo que hasta dónde? Querrás decir cuánto.



Detiene sus pasos, gira sobre sus talones y sacude la cabeza. En momentos como éste, a Vanilla le parece una niña pequeña.



- No. Hasta dónde.



Vanilla levanta los hombros. No la entiende. Entonces ella se sienta en el suelo y le araña los ojos con sus ojos.



- ¿Hasta dónde me quieres tú?



Ah, claro, así que es eso. V comprende, o eso cree. Se deja caer a su lado y señala al frente.



- ¿Ves esa delgada línea que rompe el azul y tiñe la tierra de asfalto? -espera a que ella asienta, lentamente, sólo una vez -. Pues bien, yo te quiero hasta allí.



Ella se encoge, se hace una bola agarrándose los tobillos y murmura:



- Eso es muy poco, V. Muy poco.



Nadie

Está sentada en las escaleras del aparcamiento exterior del centro comercial. Tiene el pelo corto, castaño, pero algo me dice que a la luz del sol podría pasar por rubio. El flequillo, casi más largo que el resto, le cubre parte del rostro, casi la mitad derecha por completo. Y está así, sentada en el suelo de piedra, de costado, la espalda apoyada en el muro y las piernas flexionadas, una encima de la otra, plegadas como si pretendiese hacerse una bola, encoger, o algo así. No se mueve, ni siquiera estoy seguro de que respire. No ha cambiado de postura en todo este tiempo, a pesar de lo incómoda que parece. No ha levantado la vista del suelo, lo que me incita a presuponer que no está esperando a nadie. Ya me dirán, tiene el mar y la montaña a apenas unos metros y sin embargo clava la mirada intensa de su ojo gris en un punto de asfalto, algo que, además, me dificulta la observación. No podría definir sus rasgos porque tampoco he querido acercarme y molestarla, pero sé que no parece querer moverse de ahí nunca.

Lleva dos días, dos días enteros ahí sentada. Dos días sin comer, beber, sin ni siquiera mover un músculo. Ajena a las noches de un febrero invernal. No es que no le importe, es que sencillamente parece no sentirlo.

Increíble, ¿eh? Tengo un transmisor portátil y… sé que no debería, pero la he observado desde casa. Las cámaras del aparcamiento están bien distribuidas, y puedo asegurar que parece una estatua.

Nadie se ha acercado a ella, la gente prefiere las escaleras mecánicas, y el muro en el que se apoya es más alto que ella. Además, la gente que viene aquí no se para a mirar a los demás. Viene, consume, se va. Para eso mismo son los sitios así. Pero yo… No sabría decir por qué, tal vez sea que mi trabajo suele ser monótono y aburrido, y que, como novedad, me atraiga más. El caso es que, a cada segundo que la miro, aumenta mi interés. No ha cambiado nada, y el pelo sigue cubriéndole el rostro. Seguramente no pasará de los quince, y es extremadamente delgada, pero aún así, cada vez me parece más hermosa. Pero no, no. Eso no tiene nada que ver. Me fijo en ella solo porque… La verdad, no lo sé.

Sólo mírala. ¿No tienes la necesidad de mirarla, de saber?

- Ernesto… Ernesto, ahí no hay nadie.

Subamos al cielo



.

Pero bajemos despacio, el golpe puede ser mortal.

Y si vuelvo a subir, quiero que sea contigo de nuevo.

Fuego


- ¿Sigues ahí?

La señal del teléfono se corta, y Mariela se asusta, siente pánico. Ahora se encuentra sola, completamente sola. ¿Por qué siempre tiene que estropearlo todo?, se pregunta una y otra vez, sentada encima de la mesa de la cocina.

El café se sale del recipiente, cae sobre el fogón y lo apaga, y huele a quemado, pero no hace nada por evitarlo. Las lágrimas caen, hirvientes como el café, y apagan la esperanza.

Mariela vuelve a encender el fuego, pero no pone nada a calentar. Lo prende y lo observa, únicamente. El miedo gana la batalla al escaso calor de las llamas, otra vez. Es entonces cuando lo sabe. Lo único que necesita es más fuego, que se convierta en un ejército poderoso y acabe por ganar la guerra. Eso es. Enciende también los otros tres fogones, y se detiene a contemplarlos. Pero no es suficiente, han de ser más llamas las que la defiendan del miedo.

El fuego se extiende deprisa. Primero por la tela, las cortinas, el mantel… No tarda en saltar a los muebles e inundar la estancia, y poco después, la casa entera.

Imposible, piensa ella, no puede ser. No solo no es suficiente, sino que el miedo se ha hecho con el mando de sus tropas. Con dificultad, cierra puertas y ventanas para impedir que entre, y se rodea de rojo y dorado, de los colores del fénix salvador. Cierra los ojos y se siente un poco más segura.

En la cocina, el teléfono suena arrepentido, pero nadie va a responder. Aun así, insistirá hasta que el cable no pueda soportar el fuego vencedor.

Matemática pura

- ¿Cómo está él?

- Ah, muy bonito. Preguntas por él, claro. Por mí no te preocupes.

- Es que a tí ya te conozco. Sólo necesito elevar su sentimiento al cuadrado para obtener el tuyo.

- En la vida no todo son matemáticas, Paolo.

- No todo. Pero ésto sí.




Mira desde abajo y le fascina.

Pero acto seguido, se convence de que sería mucho más fascinante mirar desde arriba, dejando el vértigo en el suelo y las ganas esperando, sólo un segundo, en el balcón más alto.

Invertir la escena, eso es.

Preludio del verano



"El principio de un concierto goza de más privilegios que el principio de un libro. Podría decirse que el mismo sonido goza de más privilegios que las palabras. En un libro aparecen las mismas palabras que usamos todos los días para explicar, describir, pedir, discutir, suplicar, entusiasmar, decir la verdad o mentir. Nuestros pensamientos se plasman en palabras; por tanto, las palabras en la página deben competir con las que tenemos en nuestro pensamiento. La música dispone de un mundo de asociaciones mucho más amplio precisamente en virtud de su naturaleza ambivalente; está dentro y fuera del mundo al mismo tiempo.

En el mundo de hoy, la música tiene una omnipresencia cacofónica en restaurantes, aeropuertos y lugares parecidos, pero es precisamente esta omnipresencia lo que representa el mayor obstáculo para la integración de la música en nuestra sociedad. Ninguna escuela eliminaría de sus programas el estudio de la lengua, las matemáticas o la historia y, sin embargo, el estudio de la música, que engloba tantos aspectos de estos campos e incluso puede contribuir a una mejor comprensión de ellos, a menudo es ignorado del todo".




Daniel Barenboim, "El sonido es vida".







Y así de filosófico y real, de moral y musical, comienza mi verano. Con las palabras de un maestro. De EL MAESTRO. Porque Barenboim no es únicamente maestro en términos musicales. Si el mundo entero escuchara lo que tiene que decir habría, sin duda, más personas que gente. Lamentablemente no es así.


Entre mis manos, un ejemplar de El sonido es vida, dispuesto a ser leído, analizado y comprendido. Lleva desde noviembre esperando en mi estantería, mirándome con cara (o lomo) de pena. Pero entendió: hay que tomarlo con calma para adentrarse entre sus hojas y bucear en su interior. Por eso ha aguardado paciente hasta este momento. Y ahora, me sonríe, satisfecho de que le haya guardado mis mañanas veraniegas.


"La paz necesita muchas otras cosas, además de una orquesta. Una orquesta también, pero muchas otras cosas".

Un aplauso, unas alas, y un verano (o mejor una vida) por mi parte, para Barenboim.




Feliz y tardío comienzo del verano.



Devuélveme al calor


Abrázame.

Hace frío, me muero de frío y de soledad. Me ahoga el silencio negro que flota en el aire, que lo hace espeso e irrespirable. ¿Dónde estoy? Tal vez en el desierto de mi mente, en mí mismo me encuentro. Mas no lo reconozco, no puedo recordar nada entre tantas cosas. Esta no es mi vida, ¿es acaso la tuya? Quiero salir, necesito salir de aquí. La oscuridad me da miedo, y lágrimas heladas me cuartean la piel. Tengo que salir… Busco la puerta, eso es. Si estoy dentro, de algún modo habré llegado hasta aquí…


Nada. Oscuridad y frío, eso es todo. Y recuerdos falsos que no me corresponden. Ni siquiera hay paredes en las que apoyarme. Búscame, dame la mano y sácame de aquí, devuélveme a casa, al calor de un edredón compartido. Abrázame y susurra que sólo fue una pesadilla.

No puedo ver, tampoco oigo. Soy sordo y ciego. Intento gritar, pero alguien me ha robado la voz. Quiero secarme las lágrimas y no las siento en mis manos. Si al menos pudiese reconocer tu perfume en este ambiente denso y pesado… Pero no, no estás, o al menos no te encuentro. Me dejo caer. Mamá decía que cuando un niño se pierde, debe quedarse quieto, y alguien volverá a por él. No me muevo ni un ápice, contengo la respiración dificultosamente. Pero no funciona, nadie vuelve. ¿Dónde estoy, dónde estás? Tengo que salir, tienes que sacarme de aquí…

Debo seguir intentándolo, pero estoy tan cansado…La oscuridad me arropa con su abrazo de hielo y yo me dejo acunar, rendido ante tu ausencia.






En un bar cualquiera


Te contaron que pasó cien días encerrada en aquel bar, en un bar cualquiera, con los ojos vacíos y hielo en el vaso.

Pues a mí me contaron que nunca salió, me contaron que sigue aquí, y que el hielo se ha deshecho, que sus ojos siguen igual de vacíos. Me contaron que al otro lado de la barra se siente protegida de sus propios problemas, que prefiere escuchar los de los demás mientras les alcoholiza a un buen precio, como anestesia para su propio dolor.

No te mintieron, sólo ocultaron el final de la historia para que no fueras a buscarla. Una decisión estúpida, sin duda.

Levanta, es tarde, hora de abrir. Corre, corre, corre. Alcánzala mientras sube la persiana, échale una mano y luego pídele una copa. Deja que te invite a la segunda, y luego invítala tú a saltar la barra y huir, lejos de ese lugar, de esos recuerdos, de esa vida vacía.

Pintando

Ahora quiero retomar el proyecto del mundo que había esbozado para Alice. Porque siento que la he dejado un poco huérfana, abandonada a su suerte en esa especie de vacío físico.

Busco colores para pintar la nada que ha de rodear a la pequeña Alice, más colores que el de la arena que la envuelve ya. Colores acogedores, porque sé que en realidad, ella no quiere marcharse de allí. Será un cielo cambiante, al principio frío y solitario. Más adelante, las nubes se teñirán del color de los abrazos, pero el fondo continuará siendo gris, de un gris apagado alarmante. Un gris que indique que la verdad y los sueños van a dejar de ser lo mismo.

Alice será consciente, inconscientemente, de que al final todo se acaba, de que el mundo que pinto para ella no es más que eso, una pintura. Pero mientras, quiero procurarle un lugar suyo, sólo suyo (y de él, claro).

De aquellos, qué pocos quedan.

De los que quieren libertad para pensar.

De los que quieren que no les miren sin comprender cuando admitan que sí, de los que piensan, cuando lo digan, en voz alta y con orgullo, en el centro de la plaza. De los que no quieren que a un par de señoras se les caiga el capazo de la compra, y vengan a detenerles por escándalo público. Porque pensar, señores, aún no está prohibido. Ya pasamos por ello, ya, y volveremos a pasar, por eso no se preocupen. Pero ahora, en este momento, hoy, aún no es delito.



De los que quieren ser libres para decidir, por iniciativa propia, sin publicidad (sub)liminal, sin presión de mandos superiores, ni inferiores, ni de nadie. De los que quieren poder pensar, y poder decir lo que piensan sin pedir permiso, sin pasar por el filtro de censura social.

De los que quieren poder pensar. De los que, si hoy no lo hacen, sea porque están cansados, porque es un buen o un mal día. Porque no les da la gana.

Y punto.



Tormenta









Ella entra a casa empapada, pero no de lluvia, porque en realidad, aún no llueve. Los bajos de su abrigo gotean culpabilidad y encharcan su camino. Se asoma él al oírla llegar, y sonríe benevolente. Ella responde.

Estaban molestos, pero ya no. Se acercan, se tocan, se abrazan, y la radio les regala un Invierno Porteño mal sintonizado.

No importa, lo conocen, o más bien lo recuerdan. Dos pares de pies lo dibujan en el suelo del recibidor, perfectamente acompasados.







Tarde sin cielo







Qué tarde más fea...






Avanzar o caer








A dos pasos del futuro, a la misma distancia del vacío.









¿Realidad?




Una imagen queda ahí, pendida de un hilo en el recuerdo.

Aunque no sabe si fue exactamente así, pues aquello que olvidó lo ha reinventado.

Adiós


Trató de limpiar la mancha de café de su pantalón gris.

Ella se limitó a darle un beso de despedida.

El portazo sonó a soledad.



Si tú, si yo

Si tú, si yo, si tú, si yo..., canta bajo el chorro de agua templada.



Aunque el verano asoma la nariz por la ventana desde hace unos quince amaneceres, es incapaz de ducharse con agua fría. ¿Qué le va a hacer, si prefiere el vaho? Si tú si yo, si tú si yo, repite con ritmo Muchachito desde la radio, y ella se rie, no puede evitar reírse, porque le hace gracia. En el hospital escayolados, en vez de estar haciendo el amor... Qué planazo.



Se ríe, a carcajadas, y se atraganta con el agua, que sigue lloviendo sobre ella. Pero, como hace siempre, amplía la historia de la canción, sólo para ella. Y deduce que...



Deduce que seguro que en realidad ha sido divertido. Que están uno al lado del otro en la sala de Observación, en camas iguales, igualmente lastimados. Y que de pronto, se les escucha reír otra vez. La enfermera no hace mucho caso al principio, pero es que se ríen en voz baja, y la curiosidad le puede.



Deduce que la enfermera acaba por descorrer la cortina con el pretexto de controlar su evolución, y que se los encuentra ahí, haciendo el amor escayolados, en la sala de Observación del hospital, después de haberse lanzado todos los trastos de la casa el uno al otro.



Y ellos se ríen, y la enfermera se ríe. Y ella, bajo el grifo, se ríe también.















Como pan de molde

Él se asoma, tímido. La estancia está vacía, salvo por una mesa blanca y una lámpara de pie que ilumina únicamente la mitad de la habitación. Un funcionario sentado a la mesa le hace un gesto, invitándole a pasar.

- ¿Puedo ayudarle en algo?
- Sí, bueno… Quería entrar en el Mundo.


El funcionario abre un cajón, extrae un papel y un bolígrafo y se los tiende.

- Debe rellenar este formulario, y se enviará su solicitud.

Él, confuso, toma el papel y lo mira. Es algo así como un test, con opciones a elegir y cuadritos para marcar con equis.

Hombre, mujer; hetero, homo, bi, trans, … Alto, bajo, obeso, delgado, … Blanco, negro, rojo, amarillo, verde,… Católico, protestante, judío, musulmán, budista, panteísta, ateo,… Ciencias, letras. Drama, comedia, terror, suspense,... Playa, montaña,… Pobre, rico, mileurista,… Café solo, cortado, capuccino,… Dibujos animados, documentales, periódicos sensacionalistas, COPE,… Rock, pop, jazz, reggae, metal,… Zurdo, diestro, ambas. Reloj analógico, digital; de pared, de pulsera, de bolsillo,… De derechas, de izquierdas,… A la cara, por teléfono,… Vino o cerveza, sidra o champagne,… Freak, emo, cani, hippie, bakala,…

Deja de leer y empieza a responder a las preguntas. La lista es interminable.

Al cabo de unos minutos, el funcionario le interrumpe.

- Disculpe, pero creo que lo está haciendo mal.
- ¿Cómo dice?
- Verá, sus respuestas son incompatibles.
- Espere un momento, no lo entiendo, ¿incompatibles?
- Si responde esto aquí, en esta otra deberá señalar esta opción.
- Pero, ¿por qué?
- Así es como se hace…
- ¿Me está diciendo que hay una especie de modelos, de paradigmas preestablecidos para contestar a estas preguntas?
- Exacto.
- Pero entonces… ¡En el Mundo son como rebanadas de pan de molde! Todos iguales, con las mismas características… Habrá, a lo sumo, diez clases de personas. Y yo no pertenezco a ninguno de estos grupos.
- Para acceder al Mundo es necesario cumplir con los requisitos de una de las clases
–asiente el funcionario –. Entonces le destinarán con aquellos que sean como usted. Y ahora, rellene el formulario correctamente.

El funcionario le ofrece otro papel, pero él lo rechaza con un gesto y deja el bolígrafo sobre la mesa.

- ¿Deberé mentir, fingir que soy quien no soy y amoldarme a las reglas de una sociedad que fingirá tanto como yo?

El funcionario le guiña un ojo y sonríe, contento de que al fin lo haya entendido. Insiste de nuevo con el papel que tiene en la mano.

- ¿Sabe una cosa? –comenta él, entre sorprendido y decepcionado, mientras se pone en pie –. Creo que prefiero regresar al Olvido, su Mundo no es para mí. Buenas tardes.

Rutina del vacío

Siempre te marchas. Siempre me abandonas a mi maldita suerte. Siempre del mismo modo, siniestra y premeditadamente.
Siempre me amarras al recuerdo de noche, para que no me de cuenta y no pueda defenderme. Y siempre cerras de portazo al marchar, para que despierte y descubra la cama vacía de nuevo.
Siempre me hundo, me muero, me difumino en la nada y desaparezco, como tú.
Siempre duele un poco más tu ausencia.
Siempre te vas. Y lo peor... es que siempre vuelves.

Condenarme a tu ausencia

"Si yo fuera tu asesino

conmigo nunca tendría clemencia;

y me condenaría a muerte,

que es condenarme a tu ausencia".




Y así es. No tengo clemencia conmigo, me miro en los charcos y me odio. Odio mis manos sucias, mis ojos húmedos. Odio cuánto te amé, cuánto te amo. Odio haberte querido tanto como para perderte. Odio cada poro de mi piel, porque me recuerda a ti, porque en mi cuerpo se quedó grabado el olor de tu cuerpo, porque tus latidos hacían latir mi corazón.

Odié y odio ese momento en que dejaste de respirar bajo mi yugo y me quedé sin aliento. Odio que fueses mi oxígeno, y que ahora no me quede nada que respirar.

Odio mi mirada de odio en el espejo, y el olor de tu cuerpo helado desde el sofá.














Imagen: Electra en el sofá, Paco de Cáceres
Canción: Amo tanto la vida, Ismael Serrano