"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

En un bar cualquiera


Te contaron que pasó cien días encerrada en aquel bar, en un bar cualquiera, con los ojos vacíos y hielo en el vaso.

Pues a mí me contaron que nunca salió, me contaron que sigue aquí, y que el hielo se ha deshecho, que sus ojos siguen igual de vacíos. Me contaron que al otro lado de la barra se siente protegida de sus propios problemas, que prefiere escuchar los de los demás mientras les alcoholiza a un buen precio, como anestesia para su propio dolor.

No te mintieron, sólo ocultaron el final de la historia para que no fueras a buscarla. Una decisión estúpida, sin duda.

Levanta, es tarde, hora de abrir. Corre, corre, corre. Alcánzala mientras sube la persiana, échale una mano y luego pídele una copa. Deja que te invite a la segunda, y luego invítala tú a saltar la barra y huir, lejos de ese lugar, de esos recuerdos, de esa vida vacía.

Pintando

Ahora quiero retomar el proyecto del mundo que había esbozado para Alice. Porque siento que la he dejado un poco huérfana, abandonada a su suerte en esa especie de vacío físico.

Busco colores para pintar la nada que ha de rodear a la pequeña Alice, más colores que el de la arena que la envuelve ya. Colores acogedores, porque sé que en realidad, ella no quiere marcharse de allí. Será un cielo cambiante, al principio frío y solitario. Más adelante, las nubes se teñirán del color de los abrazos, pero el fondo continuará siendo gris, de un gris apagado alarmante. Un gris que indique que la verdad y los sueños van a dejar de ser lo mismo.

Alice será consciente, inconscientemente, de que al final todo se acaba, de que el mundo que pinto para ella no es más que eso, una pintura. Pero mientras, quiero procurarle un lugar suyo, sólo suyo (y de él, claro).

De aquellos, qué pocos quedan.

De los que quieren libertad para pensar.

De los que quieren que no les miren sin comprender cuando admitan que sí, de los que piensan, cuando lo digan, en voz alta y con orgullo, en el centro de la plaza. De los que no quieren que a un par de señoras se les caiga el capazo de la compra, y vengan a detenerles por escándalo público. Porque pensar, señores, aún no está prohibido. Ya pasamos por ello, ya, y volveremos a pasar, por eso no se preocupen. Pero ahora, en este momento, hoy, aún no es delito.



De los que quieren ser libres para decidir, por iniciativa propia, sin publicidad (sub)liminal, sin presión de mandos superiores, ni inferiores, ni de nadie. De los que quieren poder pensar, y poder decir lo que piensan sin pedir permiso, sin pasar por el filtro de censura social.

De los que quieren poder pensar. De los que, si hoy no lo hacen, sea porque están cansados, porque es un buen o un mal día. Porque no les da la gana.

Y punto.



Tormenta









Ella entra a casa empapada, pero no de lluvia, porque en realidad, aún no llueve. Los bajos de su abrigo gotean culpabilidad y encharcan su camino. Se asoma él al oírla llegar, y sonríe benevolente. Ella responde.

Estaban molestos, pero ya no. Se acercan, se tocan, se abrazan, y la radio les regala un Invierno Porteño mal sintonizado.

No importa, lo conocen, o más bien lo recuerdan. Dos pares de pies lo dibujan en el suelo del recibidor, perfectamente acompasados.







Tarde sin cielo







Qué tarde más fea...






Avanzar o caer








A dos pasos del futuro, a la misma distancia del vacío.









¿Realidad?




Una imagen queda ahí, pendida de un hilo en el recuerdo.

Aunque no sabe si fue exactamente así, pues aquello que olvidó lo ha reinventado.

Adiós


Trató de limpiar la mancha de café de su pantalón gris.

Ella se limitó a darle un beso de despedida.

El portazo sonó a soledad.