"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

Las esferas de verano son más pequeñas.

- Venga, Sivé, vamos a recoger historias -intenta animarla V, aunque más que a euforia suena a súplica, así que trata de disimularlo bajando la voz y el ansia-. Ayer llovió. Seguro que está todo lleno.

Ella, bien agarrada a su tazón de leche, como para que no se le escape, aprieta un poco los labios para no contestar, pero Vanilla insiste.

- Tienes que aprovechar los colores del verano. Las esferas son más pequeñas pero no por eso contienen historias menos importantes.

Pero Sivé está algo pocha. Entre el calor y que todavía está un poco malita parece que no tenga fuerzas para nada. Aún no se ha curado. Vanilla teme en secreto que no se vaya a curar del todo jamás y que de pasar tanto tiempo con la mitad derecha triste le vaya a pasar algo malo. Prefiere no pensarlo, y de verdad que lo intenta, pero es que Sivé ni siquiera olió la lluvia llegar y eso no ayuda a evaporar las sospechas. Ella se suma una pizca más de pena porque lo que menos le gusta en el mundo es ver a V preocupado. Por eso hace un esfuerzo y le dice que si él las recoge, ella se las contará. Le dice:

- Si tú vas a por ellas y las recoges, te contaré todas las que traigas.

Él duda durante el tiempo que tarda Sivé en darle otro sorbito a la leche. No quiere dejarla sola, pero tiene tantas ganas que acaba ablandándose.

- ¿Todas?

- Todas.

- ¿Lo prometes?

Pausa.

- Lo prometo.

Entonces V lamenta no poder darle un buen beso en la frente al despedirse. Sivé nunca abandona una esfera en el bosque, pero él llevará a casa sólo historias bonitas, por si acaso funciona y le alegra la mitad que no ha sonreído al verle salir.

Nieve de agosto

Para la niña del lúgubre y tierno invierno.


Hace tanto calor que nadie puede dormir, el mundo se ha convertido en una sauna sin puertas y no hay más que vapor, aire caliente y húmedo pegándosele a los pies descalzos. Sivé no puede correr con los pies así, ni siquiera puede respirar. Se coge el pecho con esas manitas pequeñas y quiere decir ay pero no le sale la voz. Sueña con marcharse a un Polo, al que sea, para que al despertar siempre haga frío y pueda remolonear tranquilamente entre montañas y montañas de ropa de cama. Que al abrir los ojos por la mañana no vea más que nieve acumulada en las repisas de las ventanas y que puedan salir a jugar, bufanda y gorro y guantes, a dibujar animales en la superficie blanca y lisa. Pero hace tanto calor.

Se echa en el suelo y dice que no se moverá de allí, que al menos puede sentir el escaso fresco que emanan las baldosas de piedra y rodar cuando estas se caldeen bajo su cuerpecillo. Dan las tres de la madrugada y a ella le da fiebre, pobre Sivé, incapaz de soportar los principios crueles de agosto.

- ¿Por qué no me llevas al Polo, V? Al que sea.

Y Vanilla, como siempre, la cuida y le sopla, pero su aliento cálido a ella le da angustia y acaba vomitando el helado de cereza que ha tomado para merendar. Al final, agotada y enferma, se rinde al sueño por falta de remedio.

Al despertar se le pone la piel de gallina. Todo se ha vuelto blanco, es la nieve y le da un escalofrío al ver que está rodeada de ella. V le ha echado una manta por encima para que no se enfríe. La ha llevado al Polo, lo ha hecho por ella. Se lo pidió y allí están, la ha curado del calor. Sivé se lanza de plancha en el centro del salón y toda la nieve que no es nieve se le mete en la boca y sabe dulce, pero a ella ya se le ha aclimatado el corazón, porque Vanilla no la ha llevado al Polo, sino que ha traído el Polo a casa para que se ponga buena y pueda dormir en la cama.