"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

Si tú, si yo

Si tú, si yo, si tú, si yo..., canta bajo el chorro de agua templada.



Aunque el verano asoma la nariz por la ventana desde hace unos quince amaneceres, es incapaz de ducharse con agua fría. ¿Qué le va a hacer, si prefiere el vaho? Si tú si yo, si tú si yo, repite con ritmo Muchachito desde la radio, y ella se rie, no puede evitar reírse, porque le hace gracia. En el hospital escayolados, en vez de estar haciendo el amor... Qué planazo.



Se ríe, a carcajadas, y se atraganta con el agua, que sigue lloviendo sobre ella. Pero, como hace siempre, amplía la historia de la canción, sólo para ella. Y deduce que...



Deduce que seguro que en realidad ha sido divertido. Que están uno al lado del otro en la sala de Observación, en camas iguales, igualmente lastimados. Y que de pronto, se les escucha reír otra vez. La enfermera no hace mucho caso al principio, pero es que se ríen en voz baja, y la curiosidad le puede.



Deduce que la enfermera acaba por descorrer la cortina con el pretexto de controlar su evolución, y que se los encuentra ahí, haciendo el amor escayolados, en la sala de Observación del hospital, después de haberse lanzado todos los trastos de la casa el uno al otro.



Y ellos se ríen, y la enfermera se ríe. Y ella, bajo el grifo, se ríe también.















Como pan de molde

Él se asoma, tímido. La estancia está vacía, salvo por una mesa blanca y una lámpara de pie que ilumina únicamente la mitad de la habitación. Un funcionario sentado a la mesa le hace un gesto, invitándole a pasar.

- ¿Puedo ayudarle en algo?
- Sí, bueno… Quería entrar en el Mundo.


El funcionario abre un cajón, extrae un papel y un bolígrafo y se los tiende.

- Debe rellenar este formulario, y se enviará su solicitud.

Él, confuso, toma el papel y lo mira. Es algo así como un test, con opciones a elegir y cuadritos para marcar con equis.

Hombre, mujer; hetero, homo, bi, trans, … Alto, bajo, obeso, delgado, … Blanco, negro, rojo, amarillo, verde,… Católico, protestante, judío, musulmán, budista, panteísta, ateo,… Ciencias, letras. Drama, comedia, terror, suspense,... Playa, montaña,… Pobre, rico, mileurista,… Café solo, cortado, capuccino,… Dibujos animados, documentales, periódicos sensacionalistas, COPE,… Rock, pop, jazz, reggae, metal,… Zurdo, diestro, ambas. Reloj analógico, digital; de pared, de pulsera, de bolsillo,… De derechas, de izquierdas,… A la cara, por teléfono,… Vino o cerveza, sidra o champagne,… Freak, emo, cani, hippie, bakala,…

Deja de leer y empieza a responder a las preguntas. La lista es interminable.

Al cabo de unos minutos, el funcionario le interrumpe.

- Disculpe, pero creo que lo está haciendo mal.
- ¿Cómo dice?
- Verá, sus respuestas son incompatibles.
- Espere un momento, no lo entiendo, ¿incompatibles?
- Si responde esto aquí, en esta otra deberá señalar esta opción.
- Pero, ¿por qué?
- Así es como se hace…
- ¿Me está diciendo que hay una especie de modelos, de paradigmas preestablecidos para contestar a estas preguntas?
- Exacto.
- Pero entonces… ¡En el Mundo son como rebanadas de pan de molde! Todos iguales, con las mismas características… Habrá, a lo sumo, diez clases de personas. Y yo no pertenezco a ninguno de estos grupos.
- Para acceder al Mundo es necesario cumplir con los requisitos de una de las clases
–asiente el funcionario –. Entonces le destinarán con aquellos que sean como usted. Y ahora, rellene el formulario correctamente.

El funcionario le ofrece otro papel, pero él lo rechaza con un gesto y deja el bolígrafo sobre la mesa.

- ¿Deberé mentir, fingir que soy quien no soy y amoldarme a las reglas de una sociedad que fingirá tanto como yo?

El funcionario le guiña un ojo y sonríe, contento de que al fin lo haya entendido. Insiste de nuevo con el papel que tiene en la mano.

- ¿Sabe una cosa? –comenta él, entre sorprendido y decepcionado, mientras se pone en pie –. Creo que prefiero regresar al Olvido, su Mundo no es para mí. Buenas tardes.

Rutina del vacío

Siempre te marchas. Siempre me abandonas a mi maldita suerte. Siempre del mismo modo, siniestra y premeditadamente.
Siempre me amarras al recuerdo de noche, para que no me de cuenta y no pueda defenderme. Y siempre cerras de portazo al marchar, para que despierte y descubra la cama vacía de nuevo.
Siempre me hundo, me muero, me difumino en la nada y desaparezco, como tú.
Siempre duele un poco más tu ausencia.
Siempre te vas. Y lo peor... es que siempre vuelves.

Condenarme a tu ausencia

"Si yo fuera tu asesino

conmigo nunca tendría clemencia;

y me condenaría a muerte,

que es condenarme a tu ausencia".




Y así es. No tengo clemencia conmigo, me miro en los charcos y me odio. Odio mis manos sucias, mis ojos húmedos. Odio cuánto te amé, cuánto te amo. Odio haberte querido tanto como para perderte. Odio cada poro de mi piel, porque me recuerda a ti, porque en mi cuerpo se quedó grabado el olor de tu cuerpo, porque tus latidos hacían latir mi corazón.

Odié y odio ese momento en que dejaste de respirar bajo mi yugo y me quedé sin aliento. Odio que fueses mi oxígeno, y que ahora no me quede nada que respirar.

Odio mi mirada de odio en el espejo, y el olor de tu cuerpo helado desde el sofá.














Imagen: Electra en el sofá, Paco de Cáceres
Canción: Amo tanto la vida, Ismael Serrano