- ¿Sigues ahí?
La señal del teléfono se corta, y Mariela se asusta, siente pánico. Ahora se encuentra sola, completamente sola. ¿Por qué siempre tiene que estropearlo todo?, se pregunta una y otra vez, sentada encima de la mesa de la cocina.
El café se sale del recipiente, cae sobre el fogón y lo apaga, y huele a quemado, pero no hace nada por evitarlo. Las lágrimas caen, hirvientes como el café, y apagan la esperanza.
Mariela vuelve a encender el fuego, pero no pone nada a calentar. Lo prende y lo observa, únicamente. El miedo gana la batalla al escaso calor de las llamas, otra vez. Es entonces cuando lo sabe. Lo único que necesita es más fuego, que se convierta en un ejército poderoso y acabe por ganar la guerra. Eso es. Enciende también los otros tres fogones, y se detiene a contemplarlos. Pero no es suficiente, han de ser más llamas las que la defiendan del miedo.
El fuego se extiende deprisa. Primero por la tela, las cortinas, el mantel… No tarda en saltar a los muebles e inundar la estancia, y poco después, la casa entera.
Imposible, piensa ella, no puede ser. No solo no es suficiente, sino que el miedo se ha hecho con el mando de sus tropas. Con dificultad, cierra puertas y ventanas para impedir que entre, y se rodea de rojo y dorado, de los colores del fénix salvador. Cierra los ojos y se siente un poco más segura.
En la cocina, el teléfono suena arrepentido, pero nadie va a responder. Aun así, insistirá hasta que el cable no pueda soportar el fuego vencedor.
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