"Las cerezas sabían mejor después de la temporada, cuando ella las sacaba de su congelador mágico y me las ofrecía entre sus dedos blancos y fríos".

Paseos amarillos


Esta mañana llovía.

Tronaba como si el cielo se fuera a caer, y sólo se hacía de día durante la milésima de segundo que duraban los relámpagos. La ciudad se había convertido en un lago en el que casi se podía navegar, pero Vanilla no sabía dónde había guardado la piragua, así que Sivé, triste, se había quedado entre las mantas, ronroneando como un gato en domingo. Sí, era cierto, hacía tiempo que la Lluvia no salía a jugar y era justo que se tomase el día entero, pero ella quería ponerse el chubasquero y compartir la diversión. V no suele dejarla pasar del portal cuando llueve tanto porque dice que luego se resfría y qué.

Y entonces ha llegado ella. Ha entrado por la ventana, volando... o de un salto. La pequeña Sivé se ha dado un buen susto al ver que era de papel. Con tanta agua tendría que estar empapada, y al tocarla la haría desaparecer convertida en un gurruño. Era una figura blanca, con forma de gato. Instintivamente le ha salido una palabra de los labios, sin querer.

- O-ri-ga-mi.

La papirola ha ladeado la cabeza hacia la izquierda y ha emitido un suave ronroneo. Como Sivé. Vanilla las ha mirado, primero a una y luego a la otra -y luego a la una, otra vez- y se ha encogido de hombros. Total, al final siempre hace lo que quiere.

Se han ido de paseo, las dos. V se ha quedado en casa y no se ha despedido al verlas marchar, ni siquiera le ha dicho a la niña Sivé que se pusiera las botas de agua, como ordena siempre que consiente una escapada a jugar con la Lluvia. Por eso mismo, ella se las ha puesto sin rechistar, no como hace normalmente, antes de salir a la calle.

Y han caminado, caminado y caminado. Sivé saltaba sobre los charcos, pero flojito, para no salpicar, porque seguía teniendo miedo de que su nueva amiga se desintegrase. Y entonces magia: han entrado a una calle en la que llovía otoño amarillo, y ante la cara de fascinación de Sivé, la papirola ha hablado:

- Por esto te he traído aquí.

Y ya no ha dicho nada más, ni ella tampoco, porque no hacía falta. Pero al llegar a casa todavía le brillaban los ojos de emoción. O a lo mejor era de fiebre. A lo mejor se ha resfriado.

Vanilla la ha mirado de reojo y no ha podido enfadarse con ella, porque ha visto que llevaba las botas puestas, manchadas de barro, pero puestas.

Había preparado sopa y mantas, para cuando volviera.





Las esferas de verano son más pequeñas.

- Venga, Sivé, vamos a recoger historias -intenta animarla V, aunque más que a euforia suena a súplica, así que trata de disimularlo bajando la voz y el ansia-. Ayer llovió. Seguro que está todo lleno.

Ella, bien agarrada a su tazón de leche, como para que no se le escape, aprieta un poco los labios para no contestar, pero Vanilla insiste.

- Tienes que aprovechar los colores del verano. Las esferas son más pequeñas pero no por eso contienen historias menos importantes.

Pero Sivé está algo pocha. Entre el calor y que todavía está un poco malita parece que no tenga fuerzas para nada. Aún no se ha curado. Vanilla teme en secreto que no se vaya a curar del todo jamás y que de pasar tanto tiempo con la mitad derecha triste le vaya a pasar algo malo. Prefiere no pensarlo, y de verdad que lo intenta, pero es que Sivé ni siquiera olió la lluvia llegar y eso no ayuda a evaporar las sospechas. Ella se suma una pizca más de pena porque lo que menos le gusta en el mundo es ver a V preocupado. Por eso hace un esfuerzo y le dice que si él las recoge, ella se las contará. Le dice:

- Si tú vas a por ellas y las recoges, te contaré todas las que traigas.

Él duda durante el tiempo que tarda Sivé en darle otro sorbito a la leche. No quiere dejarla sola, pero tiene tantas ganas que acaba ablandándose.

- ¿Todas?

- Todas.

- ¿Lo prometes?

Pausa.

- Lo prometo.

Entonces V lamenta no poder darle un buen beso en la frente al despedirse. Sivé nunca abandona una esfera en el bosque, pero él llevará a casa sólo historias bonitas, por si acaso funciona y le alegra la mitad que no ha sonreído al verle salir.